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A principios de 2007, “invitado a participar en algo que se llama Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE)”, llegó Sabas Duque a la Fundación para la Reconciliación. “Realmente, a mí me gustó y me sirvió mucho el taller, entonces como que me fui quedando y la Fundación me siguió llamando, invitando a participar en otras actividades, hasta que, a finales de 2007, me invitaron a trabajar en un proyecto llamado ‘Centros de Reconciliación’”. Sabas inició en Suba, en un Centro diferente al que existe hoy en día, pues éste nació oficialmente en Julio; sin embargo, cuenta con dos antecesores en la misma localidad y otros cuantos en el resto de la ciudad. Siempre con una sonrisa deslumbrante y un caluroso y familiar saludo, Sabas recibe a todo aquel que se cruza por su camino. Nadie creería que fue víctima del conflicto armado y que debido a esto llegó a ser participante ESPERE.

 

Tal como desde sus inicios en los Centros de Reconciliación, hoy en día, es el Asistente de Coordinación. Por un lado, es la persona encargada de la parte contable del Centro, quien registra, justifica, legaliza y maneja los recursos del Centro, solicita anticipos y aprueba compras. También, se encarga de sistematizar toda la información del lugar y tener al día las bases de datos con las listas de todos los asistentes y miembros del Centro. Esta es su cara ‘burocrática’, dado que una vez se aleja de su escritorio y de su calculadora y suelta su esfero, comienza a desempeñar su cargo real: ser el contacto inmediato con la comunidad y velar por la logística del Centro y todas sus actividades.

Todos los caminos conducen a Sabas. Quien llegue al Centro de Reconciliación, tendrá la fortuna de enfrentarse inmediata e inicialmente con él. Será Sabas quien marque el camino que cada persona vaya a tomar. “El Centro de Reconciliación siempre tiene una oferta formativa para brindarle a la comunidad, entonces uno, cuando la persona llega… a veces ni siquiera llegan buscando los servicios del Centro sino otra cosa, pero uno termina enamorándolos y motivándolos a que se vinculen”.

 

Sabas no se queda quieto. Este valduparense puro no deja de verse de un lado para el otro, vigilando que no falte material, asegurándose de que todos estén bien, de que nadie se quede sin ser saludado o sin habérsele preguntado simplemente ‘¿cómo está?’. Cual alguacil del oeste, llega a la mitad del salón de clases, instantes previos a la clase de manicura, a preguntar ‘¿Cómo anda todo por acá?’ Edy y la ‘profe’ lo saludan de beso, lo abrazan y bromean un poco (mucho) con él –para lo que es todo un experto-, y luego de asegurarse de que todo marcha en orden, se retira a su despacho. Allí no dura mucho. Sabas no se queda quieto. Incluso, en días anteriores a la clase de manicura, tuvo una ligera ‘discusión’ con la ‘profe’ porque ella quiso advertirle que estaba lloviendo y que no debía salir, a lo que Sabas respondió “pues, yo nunca me he perdido en la lluvia en Bogotá. El único peligro sería que me llovieran muchas mujeres. De resto, ¡voy allí, no más!”. Al final no salió y esperó a que cesara un poco la lluvia. De todas formas, nunca dudó en salir. 

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Ese mismo día, el Centro de Reconciliación organizó un Cine Foro. El espacio estaba abierto al público en general. Sin embargo, por alguna curiosa razón, la mayoría de asistentes fueron personas de la tercera edad; para ser más específicos, mujeres de la tercera edad. El evento estaba planeado para iniciar a las dos de la tarde, pero inició, finalmente, hacia la dos y veinte. Quien iba llegando, iba firmando una lista de asistencia. Una vez se llenó la sala, la película –una proyección de videobeam en una pared del salón- inició y el maíz pira con gaseosa, que Edy y la ‘profe’ se encargaron de repartir,  no se hizo esperar. La película era Invictus, sobre la historia de cómo Nelson Mandela, durante su gestión como presidente de Sudáfrica, logró unificar a todo el país mediante la reconciliación en la unión por el equipo nacional de rugby.

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